miércoles, 11 de marzo de 2009

Marcela, o la libertad de las mujeres

Cervantes, además de amar la libertad, era extremadamente liberal en sus planteamientos e ideas. Tenía además una especial consideración hacia las mujeres, muy lejos de la misoginia habitual en los autores de la época. Podemos considerar que Cervantes fue el primer escritor feminista de la literatura española.


En el Quijote aparecen una interesante colección de personajes femeninos, caracterizados por su valentía e independencia. Resulta interesantísima la pastora Marcela, que – a pesar de su apariencia de pastorcilla al estilo de las églogas de Garcilaso – desmonta todas las ideas preconcebidas con su discurso de libertad.


La novela pastoril de Grisóstomo y Marcela se desarrolla entre los capítulos XI a XIV de la primera parte. Marcela es tan bella y atractiva que todos los pastores de la comarca andan enamorados de ella, quien, no obstante, reparte equitativamente calabazas a todos sus admiradores. Grisóstomo ha sido rechazado como todos los demás, y, al no poder superar la negativa, ha optado por suicidarse.


Cuando vuelven del entierro, los compañeros de Grisóstomo se encuentran con Marcela y se enojan con ella, culpándola del suicidio de aquel que tanto sufrió por "celos, sospechas y ausencia".


La ideología dominante en el siglo XVII era el machismo: Las mujeres debían someterse a las elecciones de los hombres, tanto en lo económico como en lo emocional, y así era lo habitual en toda la literatura amorosa que desde los tiempos del “amor cortés” hasta las novelas pastoriles se había publicado.


Pero Marcela se rebela y - desde la pluma de Cervantes - pide la libertad de elección para la mujer. Este es su encendido discurso, aplaudido al final por el caballero don Quijote.


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[Dice Marcela:] — Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura , y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama.


(…) Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso . Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amaséis? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es el cielo me la dio de gracia, sin yo pedirla ni escogerla. (…)


Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por solo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos : los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. (…).


El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es excusado . Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. (…)


Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este ni solicito a aquel ; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. (...)


Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces dijo:


—Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía . Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo.

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Podéis leer el capítulo completo en:

http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/edicion/parte1/parte02/cap14/default_01.htm

martes, 10 de marzo de 2009

Sinónimo que no has de emplear, déjalo marchar

Con respecto a la sinonimia, hoy hemos visto en clase que no siempre resultan intercambiables términos que parecen ser sinónimos, en virtud de las connotaciones, de la adecuación léxica, del nivel de habla y de la situación comunicativa.

A la hora de usar un sinónimo, hay que verificar que su uso resulte coherente en relación con las restantes palabras. Por ejemplo: "Silencioso" y "callado" pueden resultar sinónimos para calificar a personas: Matilde está muy silenciosa ho
y / Matilde está muy callada hoy.
Sin embargo, pueden no serlo si se refieren a objetos inanimados: El motor de mi coche es silencioso /*El motor de mi coche es callado.

En algunas ocasiones, el uso de un sinónimo desacertado puede provocar un efecto cómico, como sucede en la siguiente colección de refranes en los que se han cambiado las palabras originales por otras que son casi sinónimas. (En este caso, sinónimas denotativas, aunque con diferentes connotaciones) Os propongo como juego y actividad que averigüéis a qué refrán clásico corresponde cada uno de los siguientes.
Como pista, os doy la solución del primero:

1. Líquido elemento que no debes ingerir, permítelo discurrir por su cauce.
Respuesta: Agua que no has de beber, déjala correr.

2. Relátame con quién deambulas y te manifestaré tu idiosincrasia.

3. A perturbación ciclónica en la atmósfera, rostro jocundo.

4. Ocúpate de la alimentación de aves córvidas y estas te extirparán las córneas, el iris y el cristalino.

5. El globo ocular del propietario torna obesa la cabaña vacuna.

6. Quien a ubérrima conífera se adosa, óptima umbría le guarece.

7. A equino objeto de un obsequio no le examines el incisivo.

8. El rumiante caprino propende al accidente orográfico.

9. Trasládeme yo a temperatura debidamente elevada, y demuestre el vulgo su regocijo.

10. La ausencia absoluta de percepción visual torna insensible el órgano cardiaco.

11. El valor de un plumífero en cavidad carpo-metacarpiana es mayor que la segunda potencia de diez surcando los espacios aéreos.
12. Congregación de empresarios agropecuarios, res ovina fenecida.

13. A signos lingüísticos emitidos por laringes imprudentes, tímpanos carentes de sensibilidad auditiva.

¿Conoces alguna otra frase de estas características, o eres capaz de inventar alguna? Anímate a incorporarla en el comentario de esta página. O lo que es lo mismo: Motívate a publicarla en el espacio reservado a las aportaciones de los navegantes.

jueves, 5 de marzo de 2009

Una bacía, medio llena o medio vacía...

En el capítulo 21 de la 1ª parte Don Quijote y Sancho se encuentran con un personaje que lleva algo brillante en la cabeza:
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De allí a poco, descubrió don Quijote un hombre a caballo que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aun él apenas le hubo visto, cuando se volvió a Sancho y le dijo:

—Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: «Donde una puerta se cierra, otra se abre». (…) Digo esto porque, si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes. (…)

Es, pues, el caso que el yelmo y el caballo y caballero que don Quijote veía era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño, que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a él, sí; y, así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero y traía una bacía de azófar (es decir, de latón) ; y quiso la suerte que al tiempo que venía comenzó a llover, y porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y esta fue la ocasión que a don Quijote le pareció caballo rucio rodado y caballero y yelmo de oro, que todas las cosas que veía con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos.

Y cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su c
arrera le dijo:
—¡Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe !

El barbero, que tan sin pensarlo ni temerlo vio venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo otro remedio para poder guardarse del golpe de la lanza sino fue el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado al suelo, cuando se levantó más ligero que un gamo y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó don Quijote, y dijo que el pagano había andado discreto (…). Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual, tomándolo en las manos, dijo:

—Por Dios que la bacía es buena y que vale un real de a ocho como un maravedí.

Y, dándosela a su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeándola a una parte y a otra, buscándole el encaje, y, como no se le hallaba, dijo:


—Sin duda que el pagano a cuya medida se forjó primero esta famosa celada debía de tener grandísima cabeza; y lo peor de ello es que le falta la mitad.

Cuando Sancho oyó llamar a la bacía «celada», no pudo tener la risa, mas vínosele a las mientes la cólera de su amo y calló en la mitad de ella.
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La bacía era una palangana que usaban los barberos, con forma semiesférica, con un reborde en el que se abría una muesca semicircular para que entrase en ella el cuello de quien se remojaba la barba en el agua jabonosa del cuenco. Se empleaba, además, para recoger la sangre, cuando los barberos practicaban sangrías. Aunque ahora ya no nos es familiar la forma de la bacía, al presentarse don Quijote con aquel recipiente en la cabeza provocaba en quienes lo veían la misma impresión que si llevase un colador o un embudo, elementos que suelen portar los locos en los dibujos humorísticos. Además, según dice don Quijote, era de una medida para una cabeza mayor que la suya, es decir, la llevaba bailando, para mayor guasa.

En todo caso, la bacía viene a ser un símbolo del perspectivismo; las cosas parecen muy diferentes según quién las mire. Dejemos que sea el propio don Quijote quien lo explique:
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Mira, Sancho, (…) eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa.
(1ª parte, cap 25)

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Esta teoría se demuestra en la “disputa del baciyelmo” (Capítulo 44 y Capítulo 45 de la primera parte). Los caminos de todos los personajes de la primera parte convergen en la venta – el equivalente de un bar de carretera actual – y discuten si la pieza de latón es bacía, yelmo, o baciyelmo.

El barbero expoliado reclama su bacía, pero se queda estupefacto cuando oye a los amigos de don Quijote (Fernando, Cardenio, el cura y el barbero de su pueblo) afirmar, con toda seriedad, que se trata de un auténtico yelmo. Una divertidísima escena que al final, se resuelve con una batalla campal como las de los saloones del oeste americano.

¡Hay que ver lo que da de sí una palangana!

Por cierto, hace un par de semanas visité Toledo y observé que en las tiendas de recuerdos para turistas se ofrecen numerosas bacías, hechas de acero. ¡Perdón! ¡Yelmos de don Quijote!

El aspecto de don Quijote


Ya dijimos que el Quijote es un libro de humor, y por tanto no debe extrañarnos que su protagonista tenga un aspecto estrafalario. A la descripción de nuestro caballero que figura en el capítulo I hay que añadir la que nos proporciona el capítulo 14 de la segunda parte, en boca del Caballero del Bosque o de los Espejos, bajo cuya identidad se esconde el bachiller Sansón Carrasco:


(…) Don Quijote, (…) es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos.

(2ª parte, cap. 14)


Para lanzarse a la aventura de ser caballero andante, recuperó de su trastero unas armas que habían pertenecido a sus antepasados y las puso convenientemente a punto:


Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera.

(1ª parte, cap. 1)



Es decir, que en pleno 1605, don Quijote se echó al camino con una armadura de cuando la campaña de los Reyes Católicos en Granada. El gran cervantista Martín de Riquer indica que quienes lo vieran se llevarían “una sorpresa similar a la que nos produciría a nosotros encontrarnos un personaje disfrazado de general carlista.”


Para colmo, su morrión o casco está incompleto, así que se construye una celada con cartón en el mejor estilo de la chapuza ibérica. La celada se obstruye en el momento más inoportuno, durante su estancia en la venta del capítulo II, lo que provoca que las rameras que allí anidan no puedan sacársela de la cabeza, dejando al caballero con gran dificultad para tomar la cena:


…jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los nudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera y, así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar;

(1ª parte, cap. 2)


Afortunadamente para nuestro héroe, en el capítulo 21 de la primera parte podrá sustituir su incómoda celada por un significativo botín de guerra: El yelmo de Mambrino. Aunque eso ya lo veremos mañana.


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He mencionado a Martín de Riquer, estupendo profesor y sabio filólogo, del cual os sugiero leáis esta entrevista donde comenta el Quijote con su particular erudición e ingenio.



miércoles, 4 de marzo de 2009

Mentiras de verdad


Cervantes, a lo largo del Quijote, se burla abiertamente de los autores de libros de caballerías que aseguraban la veracidad de sus relatos justificándolos con fuentes supuestamente fiables.

La historia del hidalgo manchego procede, según Miguel de Cervantes, de unos manuscritos escritos en árabe por el historiador musulmán Cide Hamete Benengeli, según nos cuenta en el capítulo IX de la primera parte. donde se explica el hallazgo de los cartapacios con los textos que permiten al narrador editor continuar el relato de la batalla con el vizcaíno:

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"Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo"

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La gracia del asunto es que los árabes, turcos y musulmanes tenían en la época una enorme fama de ser grandísimos mentirosos. Por eso ironiza Cervantes en el mismo capítulo nueve:

"Si a esta historia se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos; aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado". (1ª parte, cap IX)

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La ironía se maximiza en el capítulo 27 de la segunda parte. El mahometano Hamete jura ¡como católico! que lo que sigue es cierto. ¿Es un perjurio o una broma? Tal vez todo depende, una vez más, de cómo se miren las cosas:

"Entra Cide Hamete, cronista de esta gran historia, con estas palabras en este capítulo: «Juro como católico cristiano... ». A lo que su traductor dice que el jurar Cide Hamete como católico cristiano, siendo él moro, como sin duda lo era, no quiso decir otra cosa sino que así como el católico cristiano, cuando jura, jura o debe jurar verdad y decirla en lo que dijere, así él la decía como si jurara como cristiano católico en lo que quería escribir de don Quijote…" (2ª parte, cap 27)

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No deja de ser una mentira auténtica o una verdad falsa, según se mire.

Acerca de la identidad de Cide Hamete Benengeli, os recomiendo leer este artículo del un auténtico catedrático de árabe, Mahmud Sohb, que traduce aquel nombre como “Señor Miguel hijo del Ciervo”. La voz de Benengeli se identifica con la de Cervantes. De nuevo, las cosas no son lo que parecen, sino que parecen lo que son.