lunes, 25 de noviembre de 2024

Nieve Negra, de David Torres. La invención de la nivola negra.


 

Dicen los entendidos que el elemento fundamental de la literatura y el teatro es el conflicto. Sin conflicto no hay tragedia posible, comedia que divierta ni novelón que no aburra. Heráclito y Marx valoran la lucha como motor de la vida y de la Historia. Lo mismo sucede en el boxeo. Sin una buena pelea, ¿merece eso un nombre distinto de tongo?

 

David Torres ha decidido que ya estaba bien de que su pupilo Roberto Esteban estuviese haciendo sombra y lo ha lanzado a Nieve Negra, un combate trepidante de 19 asaltos. Viejo campeón de los pesos medios, Roberto es un veterano fajador, medio sordo, medio cojo, que lleva veinte años fuera del ring. Sin más autoridad que la que le dan el fracaso y sus dos puños, sobrevive como portero de discoteca. No es un gran héroe, dice Aristóteles, pero por lo menos que se centre en un solo conflicto, solo uno, para que lo resuelva sin mucha complicación y de ahí nos vamos todos a la catarsis o a la cama.

 

Qué va, Aristo, qué va, contesta Torres. Todo ha cambiado mucho. Mejor lo mandamos al jaleo sin entrenamiento previo, sin armas y sin perro que le ladre para vérselas contra una buena recua de matones y fantasmas de toda laya. Como carnero entre lobos.

 

Porque Madrid ya no es como era. La especulación inmobiliaria que asolaba Niños de tiza (2008), la penúltima aventura de Esteban, convirtió la ciudad en un frenético tablero de Monopoly sobre que el que ahora compiten junto a los capitalistas y corruptos habituales lo más granado de las mafias del mundo. Enjambres furiosos de monedas nos acribillan diariamente sin que las veamos venir, y nos llueven hostias de todos los colores que nos venden como libertad. De cuando en cuando se escapan palizas y homicidios de consecuencias impredecibles. Los antiguos dioses fueron completamente incompetentes a la hora de frenar a los criminales. Por eso los hemos sustituido por omnipresentes cámaras de seguridad, que son igual de inútiles pero no nos piden ir a visitarlas cada domingo.

 

Roberto Esteban empieza a cobrar desde los primeros compases sin saber de dónde y pronto tiene demasiados frentes que atender. Un espantoso asesinato, una guerra entre clanes mafiosos, la necesidad de huir de la ciudad y no poder hacerlo más que a Benidorm. Al ex boxeador le crece una extraña adlátere, la pandillera hondureña Gabriela, con quien compone una inolvidable dupla de inquisidores semejante a la formada por Bevilacqua y Chamorro, pero en lumpen. Será Gabriela quien nos recuerde que, por complicada que parezca nuestra vida aquí, son unas vacaciones al compararla con otros lugares.

 

Para colmo, una gran nevada altera el escenario, estorbando la ya limitada movilidad de Esteban y confiriendo al entorno un aspecto irreal, a veces onírico. Desde el mismo título nos saluda una nieve espesa y sucia que cae sin piedad sobre todos los vivos y sobre los muertos.

 

Si en la solapa se celebra el estoicismo del protagonista, yo elogiaré todo lo contrario. Es precisamente encajar demasiado lo que está a punto de derrotar a Esteban. Como en uno de esos portentosos combates de boxeo donde un contraataque fulgurante le vale la victoria al púgil que estaba casi grogui, Roberto Esteban hallará en la lucha su salvación. Y menuda lucha, amigos. ¿Contra qué? Contra todo y contra todos. Cuando en la niebla del combate no se distingue al agresor, atizar a diestro y a siniestro.

 

Así, el Señor Esteban, con la misma fiereza de un pez luchador tailandés, entabla batalla contra las fuerzas níveas de la naturaleza, contra la sociedad sustentada en el crimen, contra los teléfonos desplazables, contra un asesino implacable, contra sí mismo y sus temores, contra una realidad alucinante y escurridiza, contra un dios terrible, contra la ausencia de todo dios, contra su propio autor. Si nos fijamos, David Torres ha conseguido la proeza de reunir en una sola novela y un solo personaje los nueve tipos de conflicto literario que dibujó Grant Snider en su famosa viñeta . Impresiona tamaña capacidad de encararlo todo, esa actitud existencial tan cercana a la combatividad letraherida de tipos como Quevedo y Unamuno.

 

En Nieve Negra David Torres ha conseguido el feliz hallazgo de hibridar los registros propios de la novela negra (investigador irónico y falible, crítica social, violencia desatada, cuestionamiento del sistema legal, personajes esperpénticos, diálogos bien afilados, metáforas chocantes) con la angustia existencial y metaliteraria de las nivolas unamunianas. Disfrutarán mucho leyéndola, sobre todo si, como yo, se sienten un poco cansados y avejentados en medio de nuestra niebla cotidiana. Roberto Esteban les recordará que hay que seguir luchando sin tregua hasta el nocaut final. En la lucha está la esperanza.