Preguntas nada sencillas de responder. Cualquier suceso puede ser la base de un relato, un poema, una novela, un chiste o una conversación cotidiana.
Si el asunto tiene suficiente enjundia - la guerra de Troya, pongamos por caso - parece que es más fácil que la obra literaria tenga cierto valor. Pero no necesariamente.
Por contra, ciertos escritores son maestros en hacer literatura de los sucesos pequeños y cotidianos. Y ahí es donde se ve si alguien tiene talento para escribir o no.
Un ejemplo. Azorín solía recibir en la redacción del ABC visitas de jóvenes aspirantes a escritores que le pedían un puesto en el diario. Dejando a un lado los escritos y documentos que llevasen, el maestro le pedía al aspirante que antes le hiciese por cortesía el favor de bajar a comprarle cerillas o papel de fumar al estanco de la esquina. Cuando el desconcertado jovenzuelo regresaba con el recado en la mano, Azorín le decía:
- Haga usted el favor de ponerme por escrito lo que ha visto, lo que le ha pasado en este ratito.
Con lo que se servía para hacer la criba.
¿Qué hubiera pasado si Azorín hubiese coincidido con Raymond Queneau? Este curioso poeta, escritor y periodista, escribió de 99 maneras diferentes una anécdota mínima que le sucedió en un autobús de París. Después las reunió en un volumen llamado Ejercicios de Estilo.
Échenle un vistado a la presentación de aquí debajo. Y después me cuentan si hace falta armar la de Troya para hacer Literatura.
Estiloqueneau
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2 comentarios:
¡Qué miedo, Azorín! ¿Y si el chaval saca de la visita al estanco una guerra de Troya, pensaría que no se adapta a los "primores de lo vulgar"?
Pues, nada, hombre, si el becario se monta una epopeya entre los Celtas y los Gauloises, es que el tío tenía talento, y Azorín lo ficharía. (O lo destinaba a los archivos, para que no le levantara el puesto...)
La idea es que para escribir importa más la actitud que la intensidad de la experiencia. Me parece que fue Paco Umbral quien dijo que para escribir solo hace falta un tema y un punto de vista ante él, una actitud, digamos.
Pues eso, que solía concluir Paco.
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