La periodista y escritora Marta Cibelina acaba de lanzar al mercado la
novela La Duquesa Salvaje. Bajo este
título se alude a la infanta María Luisa Borbón Vallabriga (1783-1846),
protagonista del libro junto a su hermana y contraparte María Teresa
(1780-1828), la célebre condesa de
Chinchón del retrato de Goya. La autora había publicado anteriormente el
ensayo histórico-sexual Los Borbones y el
sexo, que presenta algunas concomitancias con la presente obra.
Concebir y escribir una novela histórica no es tarea sencilla, y menos
si se tiene un mínimo de respeto por la investigación y documentación
necesarias. Indagar en los hechos históricos requiere dedicar semanas y meses a
sumergirse en archivos y bibliotecas a la búsqueda de datos, textos y contextos
escondidos por la entropía del tiempo. Un trabajo que podría frustrar y hasta
desengañar a quien comience un proyecto de este tipo. No es el caso de Marta,
que se ha lanzado como tal mustélido entre libros y legajos rastreando la memoria de las hijas
del infante Luis de Borbón para ofrecernos este trepidante relato.
Veterana del periodismo, Marta Cibelina tiene además la habilidad de
comprender profundamente la psicología del personaje y expresarla en trazos
rápidos. Surge así la figura de María Luisa, que pasa de ser una olvidada
borbona de segunda fila a una mujer fieramente humana, con sus anhelos y sus
contradicciones, que se debate entre su ansia de libertad y de cariño y la
lógica perversa de la monarquía que obliga a los matrimonios de conveniencia concebidos como moneda de canje.
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María Luisa de Borbón, retratada por Goya en 1801.
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La duquesa María Luisa se explica en primera persona, con soltura y en
un registro coloquial propio de nuestros días, como si nos estuviera poniendo
al corriente desde la ultratumba. Así vamos conociendo la mezquindad de Carlos
III, la necedad de Carlos IV, la perfidia de la reina consorte María Luisa, el
despotismo ilustrado y obsceno de Godoy, la perversión de Fernando VII, y el
resentimiento de su hermana María Teresa, víctima de un mal casamiento que
acaba haciéndola renegar de la institución monárquica. Porque, efectivamente,
cuanto más se conoce el funcionamiento de la dinastía borbónica, más se acerca
uno a los ideales republicanos.
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Maria Teresa, condesa de Chinchón, retratada por Goya en 1800.
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La voz de María Luisa se va alternando en la narración con otras voces
femeninas: la de María Teresa, la de Pepita Tudó y la de la autora Marta
Cibelina que va apostillando el relato y comentando sus propias dificultades
durante la composición del texto. Esta polifonía subraya el punto de vista de
la mujer, tantas veces relegado en la historiografía tradicional; error que nos
ha costado privarnos de la mitad de la historia, de la mitad de la vida social
y afectiva, de la mitad de las opiniones y filosofías que puede aportar la experiencia humana.
Efectivamente, encontramos en esta novela la expresión resuelta y
desinhibida de una mujer que va explicando la rigidez de las familias
patriarcales, la educación de los conventos de monjas, la dificultad de las relaciones entre
hermanas, el matrimonio como institución de sometimiento, la corrupción de la
corte borbónica… Pero también la discreta rebelión de María Luisa mediante las
frivolidades y coqueterías galantes, así como su despertar salvaje a la
sexualidad y a la afectividad en un ambiente donde el amor lo tiene todo en
contra. Y parece mentira que, como la mayoría de los varones que desfilan por
la novela, nos hayamos estado perdiendo este punto de vista femenino que tanta
falta nos hace.
Todo ello narrado con total proximidad, en un oficio de convocar y
escuchar las voces de los muertos que nos hablan desde la Historia, en un
diálogo con sus estampas y figuras, como puede apreciarse en la siguiente cita:
“¿Alguna vez os habéis preguntado qué extraña
fascinación os hace quedaros parados delante de un cuadro, con el corazón y los
ojos enganchados a él? No siempre es la maestría del pintor. Somos nosotros,
los retratados, los muertos allí plasmados quienes os retenemos. Otros han
desatado su imaginación. Un retrato es una ventana al más allá, o yo debería
decir al más acá. Una mirilla por la cual podéis comunicaros con nosotros y
sentir lo que sentimos.”
La duquesa salvaje reúne todos
los ingredientes de un buen melodrama: familias complicadas, desamores, celos,
escándalos, ambición, erotismo, vicios inconfesables y alguna sorpresa
histórica. Todo ello narrado a buen ritmo y con un registro desenfadado, lo que
la hará muy accesible para su disfrute a un amplio sector de lectoras y lectores.