martes, 1 de julio de 2025

La Cofradía del Anillo, por Óscar Sánchez Vadillo. Con ilustraciones de Jaime González.

 

 

Desde la portada nos saludan William Faulkner, Charles Dickens, Alan Moore, James Joyce y Aristóteles, en un particular gabinete de curiosidades.

Ya está disponible La Cofradía del Anillo, un conjunto de ensayos biográficos y literarios en el que he tenido el placer de colaborar junto al profesor de Filosofía Óscar Sánchez Vadillo aportando las ilustraciones de portada, contraportada e interior. Se trata de un extenso viaje por las creaciones y los mundos de variados literatos, músicos y filósofos, que van desde Aristóteles a Alan Moore. 

En total son trece las figuras retratadas para este libro. Por orden de aparición, tenemos a Nick Cave, JRR Tolkien, Edgar Allan Poe, WG Sebald, William Faulkner, James Joyce, Keith Richards, Alan Moore, Charles Dickens, Wilkie Collins, Ringo Starr, Aristóteles y Cormac Mc Carthy. También aparecen The Beatles al completo en la página de colofón.

Todos ellos son tan distintos y aparentemente con poca relación entre sí, salvo la afición de adornarse los dedos con todo tipo de sortijas y cintillos. Pero es precisamente la variedad y la combinación lo que crea el collage de nuestra cultura académica, literaria o pop. Óscar Sánchez Vadillo se ha lanzado a diseccionar y explicar las creaciones de aquellos que le han marcado profundamente en su sensibilidad. Esta cofradía de espíritus afines no responde tanto a una lógica histórica o temática como a una hermandad de pensamiento, de estilo y de actitud frente al misterio de la existencia y la potencia de la imaginación. Así, los capítulos se suceden alternando la reflexión filosófica con la crítica literaria, el análisis cultural con el comentario íntimo.

Y como bien es sabido, la letra con dibujos entra. Espero que las ilustraciones ayuden al lector a aproximarse a estos gigantes de la literatura que a veces dan demasiado respeto cuando en realidad tienen tanto que compartir con nosotros. 

Por último, en el libro también se incluye un homenaje al fallecido profesor de filosofía Quintín Racionero, especialista en Aristóteles. Bajo el título Amicus Veritatis (Vida y obra de Aristóteles de Estagira) se acompaña un compendio editado de sus clases sobre este tema en la Universidad Autónoma de Madrid.

A continuación comparto el primer capítulo del libro, junto con algunas ilustraciones.
 

Prefacio: Nick Cave y demás nibelungos…


Debemos creer que nuestros demonios privados pueden ser derrotados.
Frank Miller


Ahora que no fumo, lo primero que hago al despertarme, mientras estoy en el cuarto de baño, es ponerme música; y, así mismo, lo último que hago, antes de irme a la cama y rezar mis oraciones, es escuchar música. Nunca me pongo temas de estudio, siempre versiones de concierto. No lo valoramos lo suficiente, pero es un verdadero milagro que podamos hacer que Elvis reviva en tu pantalla sudando y perdiendo el resuello en un recital en Las Vegas. Youtube es, así, el verdadero tesoro de Alí Babá, aunque no hagan más que intentar estropearlo con anuncios cortarrollos y encuestas estúpidas. La sacralidad sigue existiendo en el s. XXI, pero despedazada bajo la forma de una constante interrupción comercial. Dionysos niño también fue despedazado y devorado por los titanes, que se creían invencibles, pero su corazón sobrevivió y Zeus pudo recomponerlo. En el confinamiento duro me dio por poner conciertos completos de Nick Cave, el cual siempre me había atraído pero conocía muy poco. Todas las noches de esos dos meses haciendo la cena con Nick poseído de fondo (en realidad era al revés, lo que estaba de fondo era la cena...), y para que mi deseo se viera colmado tenía que tomarme una cerveza, ser de noche y tener las ventanas bien abiertas -estoy seguro de que mis vecinos lo comprendieron. Pues ha sido un gran descubrimiento, que me ha hecho averiguar que o Nick me estaba esperando para estos 49 años y cierta experiencia del dolor, o que he hecho mal en perdérmelo el resto de mi anterior vida. Pero es igual, uno tiene ya el oído podrido de belleza. Hay tanta que llevarse a las orejas que podrías explorar Youtube durante cien años, si otra pestilencia maligna nos confinase a todos en casa como larvas en su capullo.

 

Nick Cave es un dandi. Me recuerda, con esos trajes de Drácula y esos oros de rapero, el mito de Paganini vendiendo su alma al diablo, del que ya se hacía eco Heinrich Heine. Sólo que él es Paganini y a la vez Mefistófeles. Para ser estrella del rock, o del post-punk, o como lo queráis llamar, hay que haber nacido con el físico adecuado para ello, y Nick lo tiene. Sólo existen, que yo recuerde, tres excepciones a esta regla de oro: Roy Orbison, que podría ser tu tío Roy, el que te pellizca el moflete, Phil Collins, que parece un camarero de restaurante caro, y Elton John, que si no llevase sus galas habituales sería Paco Clavel entrado en carnes. Esas cejas de villano de vodevil de Nick, enmarcando esos ojuelos gris-plata, que flanquean una nariz respingona de niño travieso, representan justamente lo que sus canciones dicen, y sus canciones dicen exactamente lo que se cuece tras unos rasgos como los suyos. Hablando es un hombre pausado, que controla bien la elección de sus palabras y la dicción profunda con que las emite. En 2014 se hizo un documental bastante bueno sobre él y su mundo que podéis encontrar en Google (esta vez no en Youtube, de manera que os ahorráis las salpicaduras en plena cara de la vulgaridad de los anuncios), aquí: https://www.documaniatv.com/biografias/20000-dias-en-la-tierra-nick-cave-video_91587dc67.html

Nick Cave


Está realmente bien, para lo que suelen ser estos artefactos hagiográficos. Rodado de manera muy original, a la vez que muy cuidada y hospitalaria, con diálogos muy naturales y en el que Nick nos da muy poco la paliza acerca de su sí mismo y su vida privada. Hay unas cuantas reflexiones sobre el proceso creativo un tanto místicas o mágicas, pero según lo veía me he dado cuenta de que me fastidiaban porque ya no nos creemos nada que no sea una realidad flagrantemente económica. En esto nos han jodido bien, tanto unos como otros, marxistas y liberales, desde el s. XIX: todo lo que no sea objeto de una transacción económica no existe, es una ilusión o una superstición. Y estas, a su vez, son mercadeadas por gurús, sectas, sanadores, escritores cursis o manuales de anti-ayuda. 

Nick Cave lleva anillos bien gordos en sus dedos, como Aristóteles, Edgar Allan Poe, Charles Dickens o Alan Moore, que es el que se lleva la palma. A saber qué venenos contienen de su época de yonqui en Berlín. Es un extraño habito ese de cuajarse de anillos los dedos, como si más que mano tuvieras un guantelete, aunque no del Infinito. Portados por hombres, los anillos como que recalcan su virilidad, sin dejar de ser ambiguos, algo que sabía muy bien Jack Sparrow. Anillarse a uno mismo como si fueses un cernícalo es bello, y tiene algo de romanticismo oscuro. El planeta mismo es como un cofre de ajuar que guarda varios carísimos anillos, aquellos que hacen circular las partículas infinitesimales a velocidades de vértigo. Además, y como por casualidad, esos grandes personajes de la cultura son también mis predilectos, tanto en filosofía como en literatura como en cómic, sin contar con otros que se suman a la fiesta aquí, como Keith Richards, nibelungo también al igual que Ringo Starr, J.R.R. Tolkien, por descontado, Wilkie Collins, dos alianzas de boda, G.W. Sebald, que escribió sobre Saturno, William Faulkner, que, como trato de mostrar en estas páginas, intuyó el nietzscheano Anillo del Retorno, Cormac McCarthy, que siguió a este último en lo que a buscar algo de luz en mitad de las más tenebrosas tinieblas se refiere, y mi propio maestro, Quintín Racionero, que se puso en hasta tal punto en las sandalias de Aristóteles que no podía dejar de incluirlo aquí a modo de gran lección de lo que debería ser la Filosofía. 


Charles Dickens conversa con su amigo anillado Wilkie Collins. La cita pertenece al comienzo de Historia en dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Era la edad de la sabiduría, era el tiempo de la estupidez..."

 

Juntos - no incluyo a Green Lantern porque sólo he visto la película de Ryan Reynolds - representan mi particular “cofradía del anillo”, a la que he intentado analizar y ensalzar en estas líneas para regocijo del curioso lector, todavía más si comparte esa bizarra costumbre de metalizarse las garras.

Al año siguiente del documental de Cave, uno de sus hijos pequeños, de 15 años, probó el LSD al lado de un acantilado y terminó siendo tragado por él veinte metros de vuelo sin motor. Nick decía, en el docu mencionado, que no sabía si había conseguido honrar y mantener con vida a sus fantasmas, y yo comprendo eso demasiado bien, sintonizo con ello. Pero también dice que es bueno sentirse un dios aunque sea por un momento, en el escenario o dónde fuera, y a los padres, claro, más vale no hacerles caso siempre en todo…





 

 Aquí podéis encontrar una reseña detallada del libro: https://diario16plus.com/cultura/literatura/oscar-sanchez-vadillo-cofradia-trasciende-tiempo_509360_102.html

 

La Cofradía del Anillo (Aristóteles, Dickens, Joyce, Faulkner, Tolkien, Moore...)

Óscar Sánchez Vadillo (texto) y Jaime González Galilea (ilustraciones)

Kiros Ediciones

Disponible en: 

 https://www.filosofiaenlacalle.com/editorial



domingo, 18 de mayo de 2025

Soneto a las amistades peligrosas

Ilustración por Jaime González 

 

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué en mi foto de perfil has visto

que a mis redes sociales imprevisto

mandas solicitudes prematuras?

 

¡Oh, cuánto sugerentes criaturas

me asedian! ¡Qué huidizo me resisto

si sé que le envías a todo cristo

lisonjeras propuestas de aventuras!

 

¡Cuántas veces un texto me decía:

Adoro cuanto subes. Sé mi amigo;

seductoras ofertas yo te haría!

 

¡Y cuántas veces, como a un testigo

de Jehová, Nanay le respondía,

para luego ir por un yogur al frigo!


Por Jaime González, 2025

***

Como ya habréis notado, esta es una variación cómica del conocidísimo soneto del gran Lope de Vega "¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?":  

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, 
que a mi puerta cubierto de rocío 
pasas las noches del invierno oscuras? 

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras
pues no te abría! ¡Qué extraño desvarío 
si de mi ingratitud el hielo frío 
secó las llagas de tus plantas puras! 

¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana, 
verás con cuánto amor llamar porfía!» 

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía, 
para lo mismo responder mañana!
Félix Lope de Vega, siglo XVII



 


lunes, 12 de mayo de 2025

Reseña de La duquesa salvaje. Un paseo por el lado desconocido y salvaje de la Historia.


 

La periodista y escritora Marta Cibelina acaba de lanzar al mercado la novela La Duquesa Salvaje. Bajo este título se alude a la infanta María Luisa Borbón Vallabriga (1783-1846), protagonista del libro junto a su hermana y contraparte María Teresa (1780-1828), la célebre condesa de Chinchón del retrato de Goya. La autora había publicado anteriormente el ensayo histórico-sexual Los Borbones y el sexo, que presenta algunas concomitancias con la presente obra.

 

Concebir y escribir una novela histórica no es tarea sencilla, y menos si se tiene un mínimo de respeto por la investigación y documentación necesarias. Indagar en los hechos históricos requiere dedicar semanas y meses a sumergirse en archivos y bibliotecas a la búsqueda de datos, textos y contextos escondidos por la entropía del tiempo. Un trabajo que podría frustrar y hasta desengañar a quien comience un proyecto de este tipo. No es el caso de Marta, que se ha lanzado como tal mustélido entre libros y legajos rastreando la memoria de las hijas del infante Luis de Borbón para ofrecernos este trepidante relato. 

Veterana del periodismo, Marta Cibelina tiene además la habilidad de comprender profundamente la psicología del personaje y expresarla en trazos rápidos. Surge así la figura de María Luisa, que pasa de ser una olvidada borbona de segunda fila a una mujer fieramente humana, con sus anhelos y sus contradicciones, que se debate entre su ansia de libertad y de cariño y la lógica perversa de la monarquía que obliga a los matrimonios de conveniencia concebidos como moneda de canje. 

 

María Luisa de Borbón, retratada por Goya en 1801.

La duquesa María Luisa se explica en primera persona, con soltura y en un registro coloquial propio de nuestros días, como si nos estuviera poniendo al corriente desde la ultratumba. Así vamos conociendo la mezquindad de Carlos III, la necedad de Carlos IV, la perfidia de la reina consorte María Luisa, el despotismo ilustrado y obsceno de Godoy, la perversión de Fernando VII, y el resentimiento de su hermana María Teresa, víctima de un mal casamiento que acaba haciéndola renegar de la institución monárquica. Porque, efectivamente, cuanto más se conoce el funcionamiento de la dinastía borbónica, más se acerca uno a los ideales republicanos. 

 

Maria Teresa, condesa de Chinchón, retratada por Goya en 1800.


La voz de María Luisa se va alternando en la narración con otras voces femeninas: la de María Teresa, la de Pepita Tudó y la de la autora Marta Cibelina que va apostillando el relato y comentando sus propias dificultades durante la composición del texto. Esta polifonía subraya el punto de vista de la mujer, tantas veces relegado en la historiografía tradicional; error que nos ha costado privarnos de la mitad de la historia, de la mitad de la vida social y afectiva, de la mitad de las opiniones y filosofías que puede aportar la experiencia humana.

Efectivamente, encontramos en esta novela la expresión resuelta y desinhibida de una mujer que va explicando la rigidez de las familias patriarcales, la educación de los conventos de monjas, la dificultad de las relaciones entre hermanas, el matrimonio como institución de sometimiento, la corrupción de la corte borbónica… Pero también la discreta rebelión de María Luisa mediante las frivolidades y coqueterías galantes, así como su despertar salvaje a la sexualidad y a la afectividad en un ambiente donde el amor lo tiene todo en contra. Y parece mentira que, como la mayoría de los varones que desfilan por la novela, nos hayamos estado perdiendo este punto de vista femenino que tanta falta nos hace.

Todo ello narrado con total proximidad, en un oficio de convocar y escuchar las voces de los muertos que nos hablan desde la Historia, en un diálogo con sus estampas y figuras, como puede apreciarse en la siguiente cita:

 

 “¿Alguna vez os habéis preguntado qué extraña fascinación os hace quedaros parados delante de un cuadro, con el corazón y los ojos enganchados a él? No siempre es la maestría del pintor. Somos nosotros, los retratados, los muertos allí plasmados quienes os retenemos. Otros han desatado su imaginación. Un retrato es una ventana al más allá, o yo debería decir al más acá. Una mirilla por la cual podéis comunicaros con nosotros y sentir lo que sentimos.”

 

La duquesa salvaje reúne todos los ingredientes de un buen melodrama: familias complicadas, desamores, celos, escándalos, ambición, erotismo, vicios inconfesables y alguna sorpresa histórica. Todo ello narrado a buen ritmo y con un registro desenfadado, lo que la hará muy accesible para su disfrute a un amplio sector de lectoras y lectores.

 

martes, 11 de marzo de 2025

Retrato del reportero adolescente, por Rafael Narbona

 


Tengo la gran suerte de gozar de la amistad de Rafael Narbona desde el principio del curso 2009-2010, cuando ambos fuimos destinados como profesores en el IES Doctor Marañón. Desde entonces he podido seguir con interés y orgullo el desarrollo de su carrera como escritor, incluso he tenido el placer de escribir el prólogo para su segundo libro, El sueño de Ares, del que dimos cumplida cuenta en esta entrada del blog

Por eso me causó una gran alegría cuando Rafael me propuso dibujar la ilustración de portada para su novela Retrato del reportero adolescente. Un paseo por el siglo XX, cuyo argumento orbita alrededor del personaje de Tintín. Efectivamente, la premisa inicial es un chivatazo revelador de que el héroe de Hergé sobrevive en una residencia geriátrica de Bruselas. Rafael Narbona, tintinófilo de siempre, corre a su encuentro para entrevistarlo.

 La ficción a veces usurpa y rebasa el lugar de la realidad. ¿Era Tintín un personaje de ficción o alguien real? […] ¿Acaso la ficción no es un hecho más, un acontecimiento que modifica la realidad? ¿Sería posible entender el siglo XX sin Tintín? Creo que no. De hecho, el periodista del mechón pelirrojo me parece mucho más real que infinidad de personas cuyas vidas no han dejado ninguna huella en la posteridad.” (Extracto del capítulo 1)

Llegado a Bruselas, Narbona se encuentra con un viejecito extraordinariamente parecido a Tintín, pero que niega ser él. El anciano, que dice llamarse Niemand, conoce muy bien las aventuras del reportero pelirrojo y enseguida traba conversación con Rafael. Afirma haber sido periodista y haber entrevistado a figuras como Lawrence de Arabia, Churchill, Mishima o John Le Carré. Durante tres meses, Narbona y Niemand analizarán los álbumes de Tintín y los grandes acontecimientos de su época: el colonialismo, el racismo, la Segunda Guerra Mundial, la Shoá, el tráfico de drogas, los hallazgos arqueológicos, la conquista del espacio. La identidad de Niemand permanece suspendida en el misterio. ¿Se trata realmente de Tintín o de un simple sosias?


 “– ¿Ha venido a visitar a algún familiar? –preguntó el viejecito.

 – No. A un mito, pero creo que acabo de darme de bruces con la realidad.

–Este no es un mal lugar. El trato es bueno y la comida aceptable. Solo echo de menos tener un perro a mis pies. Aquí no está permitido. Cuando era más joven, tuve un fox terrier blanco. Era muy inteligente, pero a veces cometía alguna travesura.

 – ¿Cómo se llamaba su perro?

 – Milú. Le suena, ¿verdad? Siempre he sido un gran admirador de Tintín. Fue una manera de homenajear a uno de mis héroes de papel.

 Volví la cabeza y observé al anciano. Tenía un mechón blanco y unos rasgos borrosos. Su rostro parecía una de esas caricaturas que hacen los niños: dos puntitos para representar los ojos, un círculo en el lugar de la boca, una nariz minúscula.

 – ¿Cómo se llama usted? –pregunté.

 – ¿Qué importa eso?

 – Se parece a Tintín, el famoso periodista.

 El anciano sonrió sin aclarar su identidad.

 Le miré fijamente a la cara, incitándole con la mirada a decir algo más.

 –Usted busca un mito, pero quizá le decepcione. Yo solo soy un periodista jubilado. Disfruté de cierta notoriedad, pero ya he caído en el olvido. Por su acento noto que no es francés ni belga. ¿Quizá español? Nunca puse los pies en España, pero una vez vi Santa Cruz de Tenerife desde la cubierta de un barco. También sobrevolé el país, pero me extravié por culpa de una tormenta y me estrellé en el Sahara.” (Extracto del capítulo 1)

 Con este planteamiento literario, era ineludible plantear la ilustración como un híbrido entre nuestra realidad y el mundo de Hergé. Rafael Narbona aparece retratado como un personaje de cómic, ataviado con gabardina tintinesca, sobre el fondo del majestuoso Chateau de Cheverny, cuyo diseño inspiró el palacio de Moulinsart propiedad del capitán Haddock.  

El perro que acompaña a nuestro autor es retrato de un terrier escocés negro que tuvo Rafael, y guarda cierto parecido con Milú. El estilo linea clara se complementa con una paleta de colores planos, inspirada directamente en la cubierta de un álbum de Tintín.

Podéis descargar aquí el primer capítulo del libro.

https://www.ppc-editorial.com/libro/retrato-del-reportero-adolescente

 

 


Retrato del reportero adolescente. Un paseo por el siglo XX.

Rafael Narbona Monteagudo

Editorial PPC

352 páginas

19,95 euros

domingo, 9 de marzo de 2025

Prefacio de El otoño del patriarcado, por Óscar Sánchez Vadillo




Óscar Sánchez Vadillo
ha publicado El otoño del patriarcado, una colección de ensayos sobre grandes mujeres pasadas y presentes en relación con la cultura actual y el feminismo. En este volumen se suceden todo tipo de textos en alegre convivencia: Hay mera exposición, hay sátira, hay evocación histórica, hay apología y hay crítica cultural. Por sus páginas van desfilando desde Jane Austen a Susan Sonntag, pasando por Aretha Franklin, y hasta Sor Juana Inés de la Cruz. 

 En este volumen he colaborado haciendo las ilustraciones de portada e interior. Desde la portada nos saludan algunas de las figuras objeto de ensayos en el libro: la estrella del pop Madonna, la política Yolanda Díaz, y las escritoras Carson McCullers, Djuna Barnes y Virginia Woolf.

A continuación podéis leer el prefacio con que Óscar Sanchez Vadillo, compañero y profesor de Filosofía, comienza el libro.

 …………… 

Decía Sigmund Freud, costillita de Eva como todos nosotr@s, que hay tres profesiones que son completamente imposibles: gobernar, enseñar y psicoanalizar. Son imposibles, según el Gran Jefe Freud, porque nada ni nadie puede garantizar que vayan a salir como el oficiante desea, por mucha experiencia y empeño que ponga en el asunto. Es decir, que siempre el tiro te puede salir por la culata, a diferencia, por ejemplo, de construir una presa, que habitualmente suele funcionar bien y dar resultados garantizados. Yo soy poco o nada freudiano, en realidad, no me gustan sus remedios y todavía menos sus planteamientos, pero como soy profesor, esa idea suya me parece encantadora. Efectivamente, gobernar y enseñar son imposibles, pero no solo porque puedan terminar mal, muy mal, sino porque es absolutamente imprescindible para su ejecución la colaboración voluntaria de los demás. Puedes obligar al prójimo a trabajar contra su voluntad, incluso a comer contra su voluntad, pero si obligas a los demás a asumir tu mando o a aprender a la fuerza ni están de verdad siendo dirigidos por ti ni instruidos por ti en absoluto. Lo que estás consiguiendo, muy al contrario, es disuadirlos para siempre de la posibilidad de todo gobierno justo, o de todo aprendizaje provechoso...

Rosa Parks en el autobús. 



 Lo mismo sucede también, creo, con la lectura. Es imposible forzar a nadie a leer, ni con la mejor de las intenciones posibles. Si a alguien no le gusta leer, o lo encuentra absurdo y tedioso, no hay nada que hacer. Como para ser enseñado o gobernado, el lector necesita permitir al libro entrar en su interior, abrazando la evanescente causa de la lectura. Para qué le vaya a servir después leer a ese alguien ni lo podremos determinar jamás ni importa demasiado. A Alonso Quijano le llevó a la locura, pero también a la inmortalidad. Adolf Hitler tenía una nutrida biblioteca, de la que había leído no poco en la juventud, y eso parece claro que no le hizo mejor persona. Un libro es siempre un libro secreto. Te encuentras un libro tirado en la calle y lo que contenga es un absoluto secreto para ti. Es igual que sea una novela barata de misterio ambientada en Malasia que un complejo tratado matemático de Topología: si no lo abres, le prestas atención deliberada y le das tu consentimiento expreso para dejarte penetrar por él no será más que un objeto extraño tirado en el suelo. Una colilla no, todos sabemos lo que es una colilla y cuál ha sido su humeante y humilde misión en este mundo. Pero el libro... a saber qué demonios lleva en su interior ese arcano artefacto. Y lo mismo vale para otras formas más simples o más sofisticadas (más sofisticadas que un libro es difícil, pero ya digo que hay muchos tipos de libros) de expresión cultural: o te dejas impregnar aposta o nunca entenderás cuál es el juego que se juega ahí, hablemos de teatro, pintura, rap o parkour... 

 Estos textos míos tratan de todo un poco: literatura, música pop, filosofía y hasta series o cómics. Pero tienen un hilo conductor, que no es únicamente la enunciación asertiva de mis gustos personales, que no tienen interés alguno como tales, sino un punto de vista feminista en general, o que aboga por poner el foco en la contribución de ciertas mujeres a la cultura humana, no siempre para bien. No es que yo tenga un propósito político especialmente marcado con respecto al feminismo, al que encuentro sencillamente racional y necesario, nada más pero tampoco nada menos, como trato de argumentar en algunas de estas líneas. Es que me gustaría más bien que cada breve consideración por separado de estas páginas sirviese de estauita o de idolillo para los pocos amig@s que aún tienen curiosidad por las cosas que escribo, o para mi madre, que me estimuló a leer, y también, ya puestos, para mi hija Sabina en el futuro, que ahora cuenta trece años y no se iba a enterar todavía de mucho. Aunque claro, el resto del mundo no está de ninguna manera excluido, sea mujer, hombre, trans o perro con gafas de leer de cerca, sino todo lo contrario. Es muy posible que ninguno de estos textos valga mucho, pero como soy docente no puedo evitar profesionalmente desafiar un tanto la imposibilidad de enseñar y/o aprender e incluso de enseñar a pensar aprendiendo yo mismo por el camino. Pues, como escribía Madame de Staël en el s. XIX: 

De una punta a otra del mundo, los amigos de la libertad se comunican gracias a las luces, del mismo modo que los hombres religiosos lo hacen a través de los sentimientos. […] Parece indudable que las luces son imprescindibles para elevarse por encima de los prejuicios: son ellas las que hacen palpitar el corazón como el amor o la amistad. Proceden de la naturaleza y ennoblecen nuestro carácter. Se diría que un sinfín de virtudes e ideas forman la cadena de oro descrita por Homero que, al vincular el hombre al cielo, lo libera de los grilletes de la tiranía. 



 
Óscar Sánchez Vadillo 
Kiros Ediciones
247 páginas. 
19,00 euros 

  









lunes, 25 de noviembre de 2024

Nieve Negra, de David Torres. La invención de la nivola negra.


 

Dicen los entendidos que el elemento fundamental de la literatura y el teatro es el conflicto. Sin conflicto no hay tragedia posible, comedia que divierta ni novelón que no aburra. Heráclito y Marx valoran la lucha como motor de la vida y de la Historia. Lo mismo sucede en el boxeo. Sin una buena pelea, ¿merece eso un nombre distinto de tongo?

 

David Torres ha decidido que ya estaba bien de que su pupilo Roberto Esteban estuviese haciendo sombra y lo ha lanzado a Nieve Negra, un combate trepidante de 19 asaltos. Viejo campeón de los pesos medios, Roberto es un veterano fajador, medio sordo, medio cojo, que lleva veinte años fuera del ring. Sin más autoridad que la que le dan el fracaso y sus dos puños, sobrevive como portero de discoteca. No es un gran héroe, dice Aristóteles, pero por lo menos que se centre en un solo conflicto, solo uno, para que lo resuelva sin mucha complicación y de ahí nos vamos todos a la catarsis o a la cama.

 

Qué va, Aristo, qué va, contesta Torres. Todo ha cambiado mucho. Mejor lo mandamos al jaleo sin entrenamiento previo, sin armas y sin perro que le ladre para vérselas contra una buena recua de matones y fantasmas de toda laya. Como carnero entre lobos.

 

Porque Madrid ya no es como era. La especulación inmobiliaria que asolaba Niños de tiza (2008), la penúltima aventura de Esteban, convirtió la ciudad en un frenético tablero de Monopoly sobre que el que ahora compiten junto a los capitalistas y corruptos habituales lo más granado de las mafias del mundo. Enjambres furiosos de monedas nos acribillan diariamente sin que las veamos venir, y nos llueven hostias de todos los colores que nos venden como libertad. De cuando en cuando se escapan palizas y homicidios de consecuencias impredecibles. Los antiguos dioses fueron completamente incompetentes a la hora de frenar a los criminales. Por eso los hemos sustituido por omnipresentes cámaras de seguridad, que son igual de inútiles pero no nos piden ir a visitarlas cada domingo.

 

Roberto Esteban empieza a cobrar desde los primeros compases sin saber de dónde y pronto tiene demasiados frentes que atender. Un espantoso asesinato, una guerra entre clanes mafiosos, la necesidad de huir de la ciudad y no poder hacerlo más que a Benidorm. Al ex boxeador le crece una extraña adlátere, la pandillera hondureña Gabriela, con quien compone una inolvidable dupla de inquisidores semejante a la formada por Bevilacqua y Chamorro, pero en lumpen. Será Gabriela quien nos recuerde que, por complicada que parezca nuestra vida aquí, son unas vacaciones al compararla con otros lugares.

 

Para colmo, una gran nevada altera el escenario, estorbando la ya limitada movilidad de Esteban y confiriendo al entorno un aspecto irreal, a veces onírico. Desde el mismo título nos saluda una nieve espesa y sucia que cae sin piedad sobre todos los vivos y sobre los muertos.

 

Si en la solapa se celebra el estoicismo del protagonista, yo elogiaré todo lo contrario. Es precisamente encajar demasiado lo que está a punto de derrotar a Esteban. Como en uno de esos portentosos combates de boxeo donde un contraataque fulgurante le vale la victoria al púgil que estaba casi grogui, Roberto Esteban hallará en la lucha su salvación. Y menuda lucha, amigos. ¿Contra qué? Contra todo y contra todos. Cuando en la niebla del combate no se distingue al agresor, atizar a diestro y a siniestro.

 

Así, el Señor Esteban, con la misma fiereza de un pez luchador tailandés, entabla batalla contra las fuerzas níveas de la naturaleza, contra la sociedad sustentada en el crimen, contra los teléfonos desplazables, contra un asesino implacable, contra sí mismo y sus temores, contra una realidad alucinante y escurridiza, contra un dios terrible, contra la ausencia de todo dios, contra su propio autor. Si nos fijamos, David Torres ha conseguido la proeza de reunir en una sola novela y un solo personaje los nueve tipos de conflicto literario que dibujó Grant Snider en su famosa viñeta . Impresiona tamaña capacidad de encararlo todo, esa actitud existencial tan cercana a la combatividad letraherida de tipos como Quevedo y Unamuno.

 

En Nieve Negra David Torres ha conseguido el feliz hallazgo de hibridar los registros propios de la novela negra (investigador irónico y falible, crítica social, violencia desatada, cuestionamiento del sistema legal, personajes esperpénticos, diálogos bien afilados, metáforas chocantes) con la angustia existencial y metaliteraria de las nivolas unamunianas. Disfrutarán mucho leyéndola, sobre todo si, como yo, se sienten un poco cansados y avejentados en medio de nuestra niebla cotidiana. Roberto Esteban les recordará que hay que seguir luchando sin tregua hasta el nocaut final. En la lucha está la esperanza.

 

domingo, 4 de octubre de 2020

Crítica: Cartas a las novias perdidas, de David Torres

 

 

David Torres (Madrid, 1966), acaba de publicar Cartas a las novias perdidas, galardonada con el LXVI premio Ateneo de Valladolid. Torres ya había ganado antes el Tigre Juan por Niños de tiza y el Ciudad de Logroño por Punto de fisión. Ahora otro premio más viene a acreditar su calidad literaria en esta impactante e insólita novela: un relato que bajo su apariencia de costumbrismo contemporáneo constituye una novela negra policiaca de la mejor especie. Me refiero a esas novelas donde nada es lo que parece y donde la investigación desganada y chapucera no aclara del todo las cosas, pero a cambio revela inesperadas perlas de conocimiento filosófico. ¿Recuerdan el clásico policiaco Edipo Rey?

    El libro más veces leído y menos comprendido comienza también con un relato noir: El homicidio de Abel a manos de Caín, un crimen pasional cuya investigación se despacha con demasiadas prisas cargándole el muerto al único sospechoso disponible y sin hacer preguntas incómodas. Cartas a las novias perdidas arranca justo en ese mismo punto: “En el comienzo siempre hubo dos hermanos, Caín y Abel, Anubis y Bata, Rómulo y Remo, Tomás y papá, Fran y yo.”  

     Pablo, el hermano de Fran, es el narrador y cronista de Cartas a las novias perdidas; un juntaletras que se gana la vida redactando guías de viajes para viajeros que ansían ser timados. Desde una apartada isla en Indonesia recibe un mensaje que le insta a regresar al hogar paterno en Madrid. Las cosas se han complicado y es hora de afrontar las obligaciones y volver a casa: Mamá ha desaparecido, papá no se encuentra bien. La ciudad también ha cambiado mucho. El protagonista se siente, posiblemente, tan desolado y extraño como un rinoceronte en un cuarto de estar.

     A partir de ahí Pablo emprende, pasito a pasito, una labor de búsqueda y reconocimiento de tantas cuestiones oscuras que han quedado sepultadas por el paso de las rutinas y obligaciones cotidianas, de los silencios impuestos, de la ignorancia consentida. La crisis de la mediana edad apremia a la mayoría de los personajes del libro, pendientes de encontrar antes del último capítulo el sentido profundo, el goce desaparecido, el rayo de luz que se desvanece sin apenas darse cuenta. Y el lector tiene que estar atento si no quiere que le ocurra lo mismo.

     Investigar, como vivir, resulta muy cansado y el sabueso tiene que desahogarse con alguna afición: El violín calma a Holmes, la cocina aplaca a Pepe Carvalho, los soldaditos de plomo templan al sargento Bevilacqua, y el comisario Rodríguez se concentra en cuadrar sonetos en los ratos muertos. Pablo Hernández es todavía más abstracto y rellena sus pausas fantaseando noviazgos con las mujeres con las que se cruza. Lo que pudo haber sido y no fue, ni será nunca, pero podría  haber sido plausible dentro de nuestro actual horizonte de sucesos, todo gracias al condicional y al pretérito imperfecto de subjuntivo, “el más triste de todos los tiempos”. El propio narrador confiesa:A veces pienso que todo lo que he escrito alguna vez – y todo lo que no he escrito – no son más que cartas a las novias perdidas. Analiza eso, Aristóteles.

     Para Pablo, la escritura es una manera de atreverse a hacer o decir lo que nunca haría en la vida real. Toda una declaración de principios que algunos escritores actuales no estarían dispuestos a suscribir. “Hablan siempre de contar nada más que la verdad, pero cuando lo más interesante que les ocurre al cabo del día es la aventura de ir a comprar el pan, siempre acaban por exagerar, mixtificar o inventar. (…) El exhibicionismo literario consiste en sorprender al lector en una esquina, abrirse la bragueta y que salga un lápiz.” Lejos de esos extremos, el estilo de Torres más bien consiste en ir a comprar el pan, desmigajarlo disimuladamente y dejar a la vista suficientes datos como para que el lector comprenda que el panadero le ha estafado. Mejor dicho, nos está estafando.

    Cartas a las novias perdidas se lee con interés y buen ritmo, gracias a su prosa sólida, al atractivo de toda una galería de personajes de interesantes claroscuros y a los chispazos de humor negro habituales chez Torres. Mediante el relato de pequeños episodios cotidianos, la novela avanza y enfoca la linterna sobre los armarios repletos de los habituales esqueletos evitados: La decadencia de la ancianidad, la crueldad del Alzheimer, las cicatrices del franquismo, la dificultad de relacionarse con la pareja y los hermanos, el absurdo de la vida en la ciudad y del trabajo alienante, la disputa entre el deseo y la realidad, el vértigo de la muerte: el jeroglífico definitivo del que no se puede hablar ni en serio ni en broma.”

     Aunque algunas partes son muy duras, el autor consigue que el relato no se deslice hacia la depresión, sino que se abre camino hacia la consciencia, la madurez y la aceptación. Y lo hace precisamente combinando el humor, la gravedad y la delicadeza. El resultado es una magnífica novela con varios niveles de lectura escondidos dentro de su aparente simplicidad. David Torres ha corrido el riesgo de escalar una escarpada ruta vertical de tal manera que, al llegar al final, posiblemente el lector tendrá el deseo de volver a leer otra vez toda la historia desde el principio. Es otra de las ventajas que ofrece la literatura como suceso alternativo.