
Arturo Pérez-Reverte, novelista de éxito y académico de la Lengua, es el firmante de este insólito artículo de prensa. Insólito por su contenido, pues se atreve a plantear sin rodeos el desastre de la actual política educativa española y sus dañinos efectos. E insólito por su forma, escrito como una carta abierta a todos aquellos que tienen o han tenido responsabilidades políticas al respecto, a quienes reprueba por su desidia, su incompetencia y, en definitiva, su ignorancia.
Posiblemente el verbo “reprobar” se queda corto. Pérez-Reverte no se limita a la crítica superficial, ni al discurso de lo políticamente correcto. El padre del capitán Alatriste maldice, denuesta, ridiculiza e insulta a nuestros políticos de uno y otro signo con la misma agilidad y fiereza que ponía en sus ataques el indomable espadachín. Con la misma vehemencia de quien sabe que tiene la batalla perdida, pero la razón de su parte.
Y cuando a un académico de la RAE no le duelen prendas en referirse a los políticos como “imbéciles” desde el mismo título – y a partir de ahí el tono de los adjetivos va siempre subiendo – ; y cuando no tiene empacho en usar palabras gruesas (“hacéis posible que este país de mierda sea un país de más mierda todavía”); y cuando se salta todas las normas de corrección palaciega (“Con dos cojones”, referido a la actual ministra de Educación, “Ansar” para referirse al anterior presidente ), es que la cuestión debe de ser muy grave.
Es grave, gravísimo, que nuestros niveles de fracaso escolar crezcan imparablemente a la par que desciende la habilidad lectoescritora de nuestros estudiantes. Así lo atestigua la clasificación de España en el último informe Pisa. Pero aún más empeorará la situación si no tomamos todos conciencia del deterioro educativo y nos proponemos como prioridad remediarlo. Porque es cierto que los políticos son los primeros responsables de este daño a los jóvenes; pero tampoco la sociedad española en su conjunto – ni padres y estudiantes en particular – se ha preocupado de reclamar mayor apoyo y esfuerzo a la educación y a la cultura en las aulas.
Es asunto de vital importancia. La salud de nuestra sociedad, su futuro, dependen de la educación de hoy. Por eso el texto de Pérez-Reverte tiene el ritmo acelerado y machacón de un S.O.S., la urgencia de una desesperada llamada de socorro. Y toda la contundencia que puede ponerse en un exabrupto: en una emergencia, atraer la atención es fundamental. (¡¿Pero no ve que nos estamos hundiendo, cretino?!)
No es que a Pérez-Reverte le falten razones argumentales. Ofrece un certero retrato de la situación educativa en nuestro país (“diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores”) y hace ver el absurdo de las declaraciones disparatadas de Cabrera y Zapatero. Afortunadamente, la existencia de una nómina de excelentes intelectuales y literatos españoles desde Cervantes hasta nuestros días desmonta la teoría fatalista del retraso histórico y la incultura heredada.
Lo triste – parece concluirse del artículo – es que, en una sociedad democrática, de los malvados nos podemos librar con el Derecho y las razones. Pero con los imbéciles no valen los razonamientos. Hoy ya puede gritar un académico que el traje cultural de nuestro emperador no le tapa las vergüenzas; que, a diferencia del cuento, la mayor parte del público no reaccionará.
(550 palabras)
Posiblemente el verbo “reprobar” se queda corto. Pérez-Reverte no se limita a la crítica superficial, ni al discurso de lo políticamente correcto. El padre del capitán Alatriste maldice, denuesta, ridiculiza e insulta a nuestros políticos de uno y otro signo con la misma agilidad y fiereza que ponía en sus ataques el indomable espadachín. Con la misma vehemencia de quien sabe que tiene la batalla perdida, pero la razón de su parte.
Y cuando a un académico de la RAE no le duelen prendas en referirse a los políticos como “imbéciles” desde el mismo título – y a partir de ahí el tono de los adjetivos va siempre subiendo – ; y cuando no tiene empacho en usar palabras gruesas (“hacéis posible que este país de mierda sea un país de más mierda todavía”); y cuando se salta todas las normas de corrección palaciega (“Con dos cojones”, referido a la actual ministra de Educación, “Ansar” para referirse al anterior presidente ), es que la cuestión debe de ser muy grave.
Es grave, gravísimo, que nuestros niveles de fracaso escolar crezcan imparablemente a la par que desciende la habilidad lectoescritora de nuestros estudiantes. Así lo atestigua la clasificación de España en el último informe Pisa. Pero aún más empeorará la situación si no tomamos todos conciencia del deterioro educativo y nos proponemos como prioridad remediarlo. Porque es cierto que los políticos son los primeros responsables de este daño a los jóvenes; pero tampoco la sociedad española en su conjunto – ni padres y estudiantes en particular – se ha preocupado de reclamar mayor apoyo y esfuerzo a la educación y a la cultura en las aulas.
Es asunto de vital importancia. La salud de nuestra sociedad, su futuro, dependen de la educación de hoy. Por eso el texto de Pérez-Reverte tiene el ritmo acelerado y machacón de un S.O.S., la urgencia de una desesperada llamada de socorro. Y toda la contundencia que puede ponerse en un exabrupto: en una emergencia, atraer la atención es fundamental. (¡¿Pero no ve que nos estamos hundiendo, cretino?!)
No es que a Pérez-Reverte le falten razones argumentales. Ofrece un certero retrato de la situación educativa en nuestro país (“diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores”) y hace ver el absurdo de las declaraciones disparatadas de Cabrera y Zapatero. Afortunadamente, la existencia de una nómina de excelentes intelectuales y literatos españoles desde Cervantes hasta nuestros días desmonta la teoría fatalista del retraso histórico y la incultura heredada.
Lo triste – parece concluirse del artículo – es que, en una sociedad democrática, de los malvados nos podemos librar con el Derecho y las razones. Pero con los imbéciles no valen los razonamientos. Hoy ya puede gritar un académico que el traje cultural de nuestro emperador no le tapa las vergüenzas; que, a diferencia del cuento, la mayor parte del público no reaccionará.
(550 palabras)