domingo, 8 de diciembre de 2013

Duelo de titanes: Raymond Queneau versus don Juan Manuel

Durante una explicación en clase, improvisando, les dibujé a mis estudiantes de 3º de ESO en la pizarra un cuento del conde Lucanor. Inesperadamente se me ocurrió que Patronio debería tener un aspecto como el de Sigmund Freud. El dibujo de la pizarra, debidamente pasado a limpio, es la ilustración de esta entrada.

En este blog ya hemos hablado antes de El conde Lucanor por don Juan Manuel, y de Ejercicios de estilo, por Raymond Queneau. Dos casos extremos de autores literarios. Mis chicxs de 3º de ESO los han conocido este año. 

Juan Manuel cuenta 51 relatos diferentes, todos de la misma manera. Raymond Queneau relata 99 veces la misma historia, siempre de forma distinta.

Juan Manuel no corre riesgos. Raymond Queneau los provoca.

Juan Manuel busca enseñar deleitando. Queneau, aprender epatando.

En mi ejercicio docente, Juan Manuel y Queneau son los dos polos del eterno retorno. ¿Explicar lecciones distintas de la misma manera, o enseñar de distintos modos la misma lección del año pasado? Siempre igual, siempre distinto.

¿Cómo se resolvería un match literario entre Juan Manuel y Raymond Queneau? Nos hemos permitido convocar a los espíritus de estos dos grandes, y aquí abajo tienen el resultado. No se sorprendan demasiado. O sí.  

CUENTO LII

Lo que sucedió a un mancebo que viajaba en colectivo 

Otro día, hablando el conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo así:

- Patronio, un hombre que se llama mi amigo me dice que mis jubones son poco elegantes por estar muy escotados, y que no conviene al decoro de las gentes de mi estado y riqueza que sus ropas tengan tan pocos botones. A lo que él se ofrece para remediarlo con la intervención de un sastre que es cuñado de él mismo. Y pues vos tenéis buen juicio sobre atuendos y protocolo, ruegoos que me digáis lo que mejor me conviene hacer. 

- Señor conde – contestó Patronio –,  para poder responderos debidamente, me gustaría que supieseis lo que aconteció a cierto viajero de un ómnibus en la ciudad de París.

Y el conde le preguntó cómo fuese aquello. 

- Señor conde – prosiguió Patronio –, en uno de esos carromatos de transporte colectivo que usan los parisienses viajaba en cierta ocasión un mancebo de cuello larguirucho y sombrero de fieltro, engalanado con  un cordón en lugar de una cinta. Como el vehículo estuviera repleto de gentes y no hallara ningún asiento disponible, hubo de viajar de pie sobre la plataforma. Además de la incomodidad que le causaba la plebe, tenía que sufrir los empujones y pisotones que le proporcionaba otro viajante malintencionado. El mozo del sombrero protestaba y porfiaba, pero abandonó la discusión cuando por ventura quedó libre un asiento, sobre el que se abalanzó confiado, sin preocuparse de las críticas de los demás viajeros.  

" Dos horas después, en la plaza que dicen de Roma, el mancebo finalmente llegó a la cita que tenía allí con un su amigo. Pero su disgusto fue mayúsculo cuando este criticó su indumentaria, aconsejándole que se pusiera un botón más en el escote de su abrigo, por mor de las mutables veleidades lutecianas en materia de vestimenta. 

“A Vos, señor conde Lucanor, pues me pedís consejo para algo tan nimio como coser o descoser un botón en vuestro jubón, yo os recomiendo que hagáis como os plazca y que deis al diablo el botón, el amigo y el jubón, y que tengáis en cuenta que ya sois mayorcito y capaz de elegir vuestra vestimenta como gustéis y de ignorar las habladurías a que vuestras elecciones dieren lugar. Si empleáis vuestro tiempo en discutir con vuestro consejero preocupaciones tan ridículas como la altura de los botones en un jubón, no os quedará tiempo para las obligaciones urgentes de la política a que vuestro cargo os sujeta, y no seréis recordado por las generaciones venideras como un espejo de gobernantes prudentes, sino como un inmaduro que no sabía ni vestirse sin antes haberlo consultado con un consejero más o menos ingenioso.”

Al conde gustó mucho el consejo de Patronio, y actuó como él le había dicho, y le fue muy bien. 

Y cuando don Jaime escuchó esta historia, le pareció tan buena que la hizo poner en este blog, e hizo unos versos que guardan la moraleja y dicen así: 

Si discutes y gritas cuando te dan un pisotón,
también debes hacerlo si te critican por tu botón.


1 comentario:

Patricia González dijo...

Muy bonito!
Cuánto me costo leerlo y que fácil me resulta ahora!
Precioso el dibujo!