La aventura cervantina de Jorge Edwards
Hay en Jorge Edwards mucho de cervantino y no
poco de quijotesco. La agudeza de la observación y la aventura de los propios
sueños suelen toparse, ya lo dijo aquel, con la tozudez de una realidad que
podríamos ver de otra manera, pero de la que se nos impone la visión de los
dominantes. Y esa tensión entre lo que uno quiere ser y los planes que nos
tiene preparados el grupo social desde el que partimos es una constante en los
personajes edwardinos.
Edwards, santiaguino de 1931, creció en una
renombrada familia burguesa que lo matriculó en un colegio de jesuitas. En sus
años de estudiante preuniversitario, Edwards es abordado por una estrafalaria
tía abuela que a modo de musa literaria lo invita y lo incita a la pasión por
las letras. Por ella conoce la existencia de otro estrambótico personaje
familiar, el vividor y escritor fracasado Joaquín Edwards Bello. El muchacho
busca y rebusca en bibliotecas y archivos, tímidamente primero, y vorazmente
después. Los clásicos de Góngora, Quevedo, Garcilaso, Argensola, Fray Luis de
León lo conducen a la generación del 98, y de la mano de Azorín y Unamuno
descubre a Cervantes.
Para desesperación del padre de Jorge, que lo
quería dedicado a los negocios familiares, el joven letraherido frecuenta cada
vez más los círculos literarios, trabando gran amistad con el enorme poeta
chileno Pablo Neruda, a quien reconoce como maestro. Fue Neruda quien le
aconsejó abandonar el verso y centrarse en la narrativa en prosa, para la que
lo consideraba excepcionalmente dotado. Nadie podrá dejar de estar de acuerdo
con esto, a la vista de los numerosos cuentos, relatos breves, columnas y
cuadros costumbristas que va trazando en todos los ratos libres que le deja el
estudio. Su capacidad de observación y fabulación y su agudo juicio lo
convierten en un agudo articulista político y también literario.
En 1958 se incorpora a la carrera
diplomática. Recién elegido presidente Salvador Allende, este le encarga la
reapertura de la embajada chilena en La Habana de Fidel Castro. Tras instalarse
en la isla, Jorge Edwards percibe diversas injusticias del régimen, y en
particular se pronuncia en apoyo de los intelectuales y escritores perseguidos,
como el poeta Heberto Padilla. Fidel Castro reacciona expulsando inmediatamente
a Edwards de Cuba, antes de cumplirse los cuatro meses de su embajada.
El escritor no se retracta y escribe una
crónica novelada de su aventura cubana, Persona non grata, cuya publicación estaba preparando cuando le sorprende el golpe de
estado de Pinochet. Ha de exiliarse a Barcelona y tras publicar finalmente su
libro, obtiene feroces críticas y censuras por parte de la intelectualidad
europea, muy partidaria del castrismo en aquellos años. Rechazado por los
exiliados y por los que quedaban en Chile, fuera del trabajo diplomático y sin
apoyo familiar, tuvo que barajárselas solo. Posiblemente la peor época de su
vida sean esos cinco años de destierro, donde habría de aprender a tener
paciencia en las adversidades.
En
ese ingrato ostracismo, Edwards imagina su primera gran novela, Los convidados de piedra, donde presenta
un sutil retrato de las desventuras de un grupo de amigos pertenecientes a la
burguesía, durante el toque de queda militar. En una fiesta de cumpleaños,
rememoran el pasado y a los amigos ausentes, marginados o muertos, todos
apartados como figuras de piedra de una vida que les prometía seguridad y
privilegios.
El museo de cera es su siguiente novela, una sátira esperpéntica de la historia de
Chile, donde cada sinsentido tiene su correspondencia en el discurso oficial de
la dictadura. Un hidalgo chapado a la antigua, el marqués de Villa Rica,
sorprende a su joven esposa en flagrante adulterio con su profesor de piano, y
a partir de ahí se suceden toda clase de despropósitos. El marqués encarga a un
escultor realista la reproducción del episodio con figuras de cera a tamaño
natural, y se traslada a vivir a otro palacio que copia fielmente la planta del
edificio mancillado. El triste figurón abandona su club de aristócratas para
prodigarse por tabernas populares y cae en una espiral descendente paralela al
ascenso de su cocinera, ama de llaves que se enseñorea de los dominios del
marquesado. Novela de múltiples niveles de lectura, llena de ironías y
paradojas, donde un narrador colectivo hace dudar de los límites entre lo
soñado y lo real.
Con La
mujer imaginaria Edwards aborda el universo femenino. Su protagonista, Inés
Vargas, es una mujer de clase alta que a la edad de 60 constata que ha
malgastado su vida, subyugada por el patriarcado, el conservadurismo y
finalmente la dictadura. Revisando su pasado personal y el de la sociedad
chilena, opta por reinventarse y emanciparse separándose de su esposo y
abrazando el arte como forma de expresión y compromiso que la acerca a los
problemas de la juventud y las capas marginales del país.
En su novela El anfitrión, Jorge Edwards recreó con tintes criollos el mito de Fausto a
través de la historia de un exiliado en Berlín. Incitado Faustino Piedrabuena
Ramírez, su protagonista, por el mefistofélico Apolinario, se traslada a Chile
en un extraño aparato, la Máquina. Corren vientos de dictadura, y Faustino
desciende a los infiernos en una aventura alucinante. El diablo ofrece a
Faustino convertirse en el líder político salvador de la patria a cambio no de
su futura condenación, sino previa entrega de su historia pasada. El problema
del exilio y la transición a la democracia son tratados de forma humorística,
apostando por superar el pasado dictatorial.
Con posterioridad a la entrega del premio
Cervantes en 1999, Edwards ha seguido publicando novelas en las que la Historia
no solo es eje y justificación del relato, sino que sirve como explicación del
presente contemporáneo. En El sueño de la Historia, una investigación sobre el arquitecto dieciochesco Joaquin Toesca
se entrelaza en sus paralelismos con los últimos días de la dictadura
pinochetista. Con La casa de Dostoievski,
se inspiró en la biografía del poeta Enrique Lihn para representar a toda una
generación de escritores y bohemios que vivieron la revolución de Allende y
sufrieron el golpe militar.
Últimamente ha vuelto Jorge Edwards la mirada a
sus orígenes, no solo con la primera entrega de sus memorias, sino también
con El inútil de la familia, novela inspirada en su increíble pariente Edwards
Bello. Un poeta dadaísta, un rebelde, un desclasado, animado por dos pasiones
insanas: el juego y la literatura.
Recientemente ha presentado El descubrimiento de la pintura, basada en otro pariente lejano,
Jorge Rengifo. Asalariado como cerrajero, su vida palpita de verdad cuando se
dedica a su afición artística por la pintura, en medio de un Santiago
insensible y cargado de prejuicios. Un giro inesperado del destino propicia su
matrimonio con una viuda rica, que actuará como Sancho Panza en su quijotesco
viaje a las principales pinacotecas europeas.
En su discurso de aceptación del premio Cervantes, Jorge Edwards recordó a todos aquellos personajes inusuales que se
cruzaron en su vida: la tía abuela conspiradora; el libertino Bello; Neruda con
su gabardina; y concluyó que su labor como escritor no había sido muy diferente
a la que en El Quijote desempeña el
Primo, el testigo que escucha su alucinante descenso a la Cueva de Montesinos: “Nosotros
también, a nuestra manera, hemos podido estar cerca de don Quijote, o de los
Quijotes nuestros, locos y no tontos, y hemos escuchado sus extraordinarias
historias. ¡Qué privilegio, y qué regalo!”
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Este artículo forma parte de la edición extraordinaria que la revista Compluteca, editada por el IES Complutense de Alcalá de Henares, ha dedicado con motivo del XXX Aniversario de los premios Cervantes. El lector encontrará en ella 30 artículos dedicados a otros tantos galardonados. La revista en formato pdf puede descargarse desde el siguiente enlace:
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