viernes, 6 de febrero de 2015

Teo en la Gran Vía

A Rafa Narbona, buscador incansable
Las iglesias se convirtieron en parques temáticos. Las bolsas y los mercados son garitos de juego donde se ofrecen sacrificios humanos al dios Dinero, esa abstracción intangible. La teletienda hierve con predicadores que ofrecen salvaciones eternas al increíble precio que aparece en pantalla y ofertando dos al precio de una. Las oraciones colectivas al toque del almuecín repiten la coreografía exacta de los congresos de Nuremberg.

Pero Dios sigue por ahí perdido, vagando, jugando al escondite, porque es eterno y el tiempo le sobra para malgastarlo como guste. No me gusta llamarlo Dios. Yo prefiero llamarlo Teo, que parece más informal, con su jersey de rayas, sus rizos pelirrojos y su sonrisa bobalicona. Nadie llama bobalicón a Teo, así que mejor lo cambiaremos por “Sonrisa etrusca”.

Por la mañana Teo se balancea con las hojas del árbol al viento. Por la tarde Teo asiste al funeral que un niño oficia por su mascota en un parque de áspera tierra. A la noche Teo deambula entre las ruinas de un campo de batalla o de un antiguo hospital, listo para gastar bromas a los cazafantasmas que vienen a grabar psicofonías.

Teo está harto de que lo traten como un cajero automático. Teo huye de los templos mientras hay familias que duermen en la calle a mayor gloria de los bancos rescatados. Teo ayuda a los que se ayudan a sí mismos sin pisar al prójimo. A Teo le gustan las personas que ayudan a los demás, pero no premia este comportamiento, porque si lo hiciera, la generosidad dejaría de serlo para llamarse inversión.

No sé por dónde se mueve Teo porque, ya lo dije, el escondite es su juego favorito, y bueno, ni puedes soñar con ganarle. Una vez creí verlo en un pedazo vacío de asfalto, mientras buscaba aparcamiento para mi coche. Desde luego, cuando bajé del coche ya no estaba allí. En otra ocasión se puso a jugar al bingo en mis narices, ¡siendo así que yo aborrezco la lotería y los juegos de azar!  Y eso por no explicar las bromas que gasta el tío, que uno no sabe ya cuándo acaba la gracia y empieza la putada, o al revés. Total, que uno a veces, lógicamente, se harta y prefiere pasar de él una temporadita.

Pero lo que mejor se le da - si está de buenas - es hacer de relaciones públicas. Un día nos presentó, me presentó a mi amigo Rafael Narbona. Eso fue un poco antes de que yo descubriera que Rafa era mi hermano. Rafa un día, de milagro, se encontró a Teo por la Gran Vía. Cuando te pasa una cosa así no es realmente una suerte; más bien es un accidente. Y suele pasar desapercibido. Porque Teo revela (apokalyptein) y esconde (kryptein), según parámetros totalmente libres y gratuitos, es decir, como le viene en gana.

Yo sí que tengo suerte de tener a Rafa por amigo, que como buen profesor, explica las cosas con toda claridad. Y además va y me lo dedica. Gracias, hermano. Estos son los pequeños milagros que nos dejan meditabundos, rumiando su efímera agridulzura, durante un ratito antes de dormirnos.


No hay comentarios: