jueves, 5 de marzo de 2009

El aspecto de don Quijote


Ya dijimos que el Quijote es un libro de humor, y por tanto no debe extrañarnos que su protagonista tenga un aspecto estrafalario. A la descripción de nuestro caballero que figura en el capítulo I hay que añadir la que nos proporciona el capítulo 14 de la segunda parte, en boca del Caballero del Bosque o de los Espejos, bajo cuya identidad se esconde el bachiller Sansón Carrasco:


(…) Don Quijote, (…) es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos.

(2ª parte, cap. 14)


Para lanzarse a la aventura de ser caballero andante, recuperó de su trastero unas armas que habían pertenecido a sus antepasados y las puso convenientemente a punto:


Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera.

(1ª parte, cap. 1)



Es decir, que en pleno 1605, don Quijote se echó al camino con una armadura de cuando la campaña de los Reyes Católicos en Granada. El gran cervantista Martín de Riquer indica que quienes lo vieran se llevarían “una sorpresa similar a la que nos produciría a nosotros encontrarnos un personaje disfrazado de general carlista.”


Para colmo, su morrión o casco está incompleto, así que se construye una celada con cartón en el mejor estilo de la chapuza ibérica. La celada se obstruye en el momento más inoportuno, durante su estancia en la venta del capítulo II, lo que provoca que las rameras que allí anidan no puedan sacársela de la cabeza, dejando al caballero con gran dificultad para tomar la cena:


…jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los nudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera y, así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar;

(1ª parte, cap. 2)


Afortunadamente para nuestro héroe, en el capítulo 21 de la primera parte podrá sustituir su incómoda celada por un significativo botín de guerra: El yelmo de Mambrino. Aunque eso ya lo veremos mañana.


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He mencionado a Martín de Riquer, estupendo profesor y sabio filólogo, del cual os sugiero leáis esta entrevista donde comenta el Quijote con su particular erudición e ingenio.



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