jueves, 5 de marzo de 2009

Una bacía, medio llena o medio vacía...

En el capítulo 21 de la 1ª parte Don Quijote y Sancho se encuentran con un personaje que lleva algo brillante en la cabeza:
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De allí a poco, descubrió don Quijote un hombre a caballo que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aun él apenas le hubo visto, cuando se volvió a Sancho y le dijo:

—Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: «Donde una puerta se cierra, otra se abre». (…) Digo esto porque, si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes. (…)

Es, pues, el caso que el yelmo y el caballo y caballero que don Quijote veía era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño, que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a él, sí; y, así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero y traía una bacía de azófar (es decir, de latón) ; y quiso la suerte que al tiempo que venía comenzó a llover, y porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y esta fue la ocasión que a don Quijote le pareció caballo rucio rodado y caballero y yelmo de oro, que todas las cosas que veía con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos.

Y cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su c
arrera le dijo:
—¡Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe !

El barbero, que tan sin pensarlo ni temerlo vio venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo otro remedio para poder guardarse del golpe de la lanza sino fue el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado al suelo, cuando se levantó más ligero que un gamo y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó don Quijote, y dijo que el pagano había andado discreto (…). Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual, tomándolo en las manos, dijo:

—Por Dios que la bacía es buena y que vale un real de a ocho como un maravedí.

Y, dándosela a su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeándola a una parte y a otra, buscándole el encaje, y, como no se le hallaba, dijo:


—Sin duda que el pagano a cuya medida se forjó primero esta famosa celada debía de tener grandísima cabeza; y lo peor de ello es que le falta la mitad.

Cuando Sancho oyó llamar a la bacía «celada», no pudo tener la risa, mas vínosele a las mientes la cólera de su amo y calló en la mitad de ella.
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La bacía era una palangana que usaban los barberos, con forma semiesférica, con un reborde en el que se abría una muesca semicircular para que entrase en ella el cuello de quien se remojaba la barba en el agua jabonosa del cuenco. Se empleaba, además, para recoger la sangre, cuando los barberos practicaban sangrías. Aunque ahora ya no nos es familiar la forma de la bacía, al presentarse don Quijote con aquel recipiente en la cabeza provocaba en quienes lo veían la misma impresión que si llevase un colador o un embudo, elementos que suelen portar los locos en los dibujos humorísticos. Además, según dice don Quijote, era de una medida para una cabeza mayor que la suya, es decir, la llevaba bailando, para mayor guasa.

En todo caso, la bacía viene a ser un símbolo del perspectivismo; las cosas parecen muy diferentes según quién las mire. Dejemos que sea el propio don Quijote quien lo explique:
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Mira, Sancho, (…) eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa.
(1ª parte, cap 25)

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Esta teoría se demuestra en la “disputa del baciyelmo” (Capítulo 44 y Capítulo 45 de la primera parte). Los caminos de todos los personajes de la primera parte convergen en la venta – el equivalente de un bar de carretera actual – y discuten si la pieza de latón es bacía, yelmo, o baciyelmo.

El barbero expoliado reclama su bacía, pero se queda estupefacto cuando oye a los amigos de don Quijote (Fernando, Cardenio, el cura y el barbero de su pueblo) afirmar, con toda seriedad, que se trata de un auténtico yelmo. Una divertidísima escena que al final, se resuelve con una batalla campal como las de los saloones del oeste americano.

¡Hay que ver lo que da de sí una palangana!

Por cierto, hace un par de semanas visité Toledo y observé que en las tiendas de recuerdos para turistas se ofrecen numerosas bacías, hechas de acero. ¡Perdón! ¡Yelmos de don Quijote!

1 comentario:

Turko dijo...

"(El yelmo de Mambrino)
Sin embargo...¡oh, sin embargo!,
otro salto tan grande te hizo falta,
bacía, para llegar a ser bacía,
como el que te hacen dar para ser yelmo."

Rafael Sánchez Ferlosio