domingo, 26 de octubre de 2008

Literatura medieval (4): Cantar de Mío Cid


El viernes estuvimos viendo en clase el Cantar de Mio Cid, obra señera de la épica castellana. Hay muchísima documentación disponible sobre esta obra; en esta página encontraréis un buen resumen del contenido del Cantar y de sus rasgos formales y literarios. (Podéis prescindir de la primera mitad de la página, en la que se discute acerca de la autoría del texto)

Para quien quiera leer el Cantar en una edición en español moderno, puede hacerlo aquí gracias a la biblioteca virtual Cervantes:

Los que tengan curiosidad por la biografía del Rodrigo Díaz histórico pueden consultarla aquí.

Los héroes de la literatura universal – y el Cid del Cantar es uno de ellos – tienen siempre la capacidad de inspirarnos a los lectores, como modelos para actuar en nuestras vidas o como motivo de creación artística. Por eso quiero apuntar aquí el hermoso poema que compuso Manuel Machado (1874-1947) inspirándose en el fragmento que leímos en clase sobre el dramático encuentro del Campeador con la niña de nueve años.

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
«¡Buen Cid, pasad...! El rey nos dará muerte,
arruinará la casa,
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid no ganáis nada!»
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.

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