miércoles, 1 de octubre de 2008

Alatriste y el nuevo traje del presidente



Arturo Pérez-Reverte, novelista de éxito y académico de la Lengua, es el firmante de este insólito artículo de prensa. Insólito por su contenido, pues se atreve a plantear sin rodeos el desastre de la actual política educativa española y sus dañinos efectos. E insólito por su forma, escrito como una carta abierta a todos aquellos que tienen o han tenido responsabilidades políticas al respecto, a quienes reprueba por su desidia, su incompetencia y, en definitiva, su ignorancia.

Posiblemente el verbo “reprobar” se queda corto. Pérez-Reverte no se limita a la crítica superficial, ni al discurso de lo políticamente correcto. El padre del capitán Alatriste maldice, denuesta, ridiculiza e insulta a nuestros políticos de uno y otro signo con la misma agilidad y fiereza que ponía en sus ataques el indomable espadachín. Con la misma vehemencia de quien sabe que tiene la batalla perdida, pero la razón de su parte.

Y cuando a un académico de la RAE no le duelen prendas en referirse a los políticos como “imbéciles” desde el mismo título – y a partir de ahí el tono de los adjetivos va siempre subiendo – ; y cuando no tiene empacho en usar palabras gruesas (“hacéis posible que este país de mierda sea un país de más mierda todavía”); y cuando se salta todas las normas de corrección palaciega (“Con dos cojones”, referido a la actual ministra de Educación, “Ansar” para referirse al anterior presidente ), es que la cuestión debe de ser muy grave.

Es grave, gravísimo, que nuestros niveles de fracaso escolar crezcan imparablemente a la par que desciende la habilidad lectoescritora de nuestros estudiantes. Así lo atestigua la clasificación de España en el último informe Pisa. Pero aún más empeorará la situación si no tomamos todos conciencia del deterioro educativo y nos proponemos como prioridad remediarlo. Porque es cierto que los políticos son los primeros responsables de este daño a los jóvenes; pero tampoco la sociedad española en su conjunto – ni padres y estudiantes en particular – se ha preocupado de reclamar mayor apoyo y esfuerzo a la educación y a la cultura en las aulas.

Es asunto de vital importancia. La salud de nuestra sociedad, su futuro, dependen de la educación de hoy. Por eso el texto de Pérez-Reverte tiene el ritmo acelerado y machacón de un S.O.S., la urgencia de una desesperada llamada de socorro. Y toda la contundencia que puede ponerse en un exabrupto: en una emergencia, atraer la atención es fundamental. (¡¿Pero no ve que nos estamos hundiendo, cretino?!)

No es que a Pérez-Reverte le falten razones argumentales. Ofrece un certero retrato de la situación educativa en nuestro país (“diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores”) y hace ver el absurdo de las declaraciones disparatadas de Cabrera y Zapatero. Afortunadamente, la existencia de una nómina de excelentes intelectuales y literatos españoles desde Cervantes hasta nuestros días desmonta la teoría fatalista del retraso histórico y la incultura heredada.

Lo triste – parece concluirse del artículo – es que, en una sociedad democrática, de los malvados nos podemos librar con el Derecho y las razones. Pero con los imbéciles no valen los razonamientos. Hoy ya puede gritar un académico que el traje cultural de nuestro emperador no le tapa las vergüenzas; que, a diferencia del cuento, la mayor parte del público no reaccionará.

(550 palabras)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquel artículo ya es viejo, pero sin duda renombrado. No obstante, nunca me pareció bien escrito, y no porque me estorben las expresiones groseras, más bien al contrario. Lo que ocurre más bien es que éstas ocultan con sus trallazos una gramática deficiente y una argumentación nula. Para eso, bien podría haberlas colocado una debajo de otra con guiones y sin intento alguno de hilación, como guía de imprecaciones para uso de indignados. Por lo demás, aunque potente escritor, Pérez Reverte empieza a creerse su propio personaje como un Quijote bronco, y yo creo que lo que realmente buscaba era unos cuantos duelos al amanecer. Nadie le reto: ¡país de cobardes y maricones, coño!